Identidad
y Misión de los COF
Tomás le dice: “«¿Cómo podemos saber el
camino?».
Jesús le responde: «Yo soy el camino y la
verdad y la vida»”
(Jn 14, 5-6).
Desde su
creación en las distintas diócesis españolas, los lugares en los que la Iglesia
ofrece un servicio especializado de atención a los problemas familiares se han
denominado Servicios
de Acogida y Orientación familiar o bien, de una manera ya estable a
partir del Directorio de Pastoral Familiar, Centros
de Orientación familiar o Centros de orientación para la Familia.
¿Qué significa
orientar?
Orientar
implica tener clara la verdad del camino para no desorientarse y para que,
mediante la virtud de la prudencia, la persona pueda elegir los medios
adecuados para llegar al fin.
El matrimonio
y la familia son un camino excelente para construir la propia vida y, sin
embargo, muchos lo recorren a oscuras porque no poseen la luz del corazón que
ilumine la verdad de su amor y de su vocación. Esta oscuridad impide que tengan
esperanza cuando los problemas ponen en peligro la comunión conyugal. Por eso,
es esencial que el orientador tenga la luz del camino ya que “si un ciego guía
a otro ciego, los dos caerán en el hoyo” (Mt 15,14). El orientador es el buen
pastor capaz de guiar por “el sendero justo (…) aunque camine por cañadas
oscuras” (Sal 23, 3-4).
Las siguientes
reflexiones pretender sintetizar las principales referencias del Magisterio
acerca de los COF y las distintas aportaciones que ha recibido la Subcomisión
de Familia y Vida tras la consulta realizada a delegaciones y COF diocesanos.
2. Jesucristo,
Principio y Culmen del Matrimonio y la Familia
2.1 Llamados a reproducir al Esposo
La respuesta del
Señor a la pregunta del apóstol Tomás con la que hemos abierto esta exposición,
nos presenta el fundamento sobre el que se debe realizar el trabajo de los COF.
¿Cómo podemos saber el camino que han de recorrer las familias cristianas, y de
modo particular las que experimentan diversos problemas? La respuesta es una
persona: Cristo es el camino que ilumina la auténtica dirección de la vida
familiar [Cf. B. Vendrell, «Los COF: Un servicio eclesial. Identidad y misión»,
en: Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. CEE. Una
terapia del corazón (Madrid, EDICE, 2005) 29-30]. Él es “el sol que nace de lo
alto” (Lc 1,78), el «Oriente» [Aplicar a Cristo el término «oriente» es propio
del sentido alegórico típico de la lectio scholastica. Así lo hace, por
ejemplo, santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae II-II, q. 84, a. 3, ad 3;
III, q. 36, a. 3, ad 3] al que debe referirse todo Orientador familiar
cristiano.
Para descubrir
la verdad plena sobre el matrimonio y la familia tenemos que seguir la misma
metodología utilizada por Jesucristo en la discusión con los fariseos (cf. Mt
19,1-9) cuando remite al principio el matrimonio para descubrir su verdad según
el plan salvífico de Dios. Y en ese Misterio originario descubrimos la fuente
de toda comunión: el amor primero de Dios que nos ha elegido eternamente para
ser «hijos en el Hijo» (cf. Ef 1,5) [Cf. Juan Pablo II, Hombre y mujer lo creó,
cat. 97, n. 4 (Madrid, Cristiandad, 2000) 522; Id., Carta Apostólica Mulieris
dignitatem (15 de agosto de 1988) 9], elección que se hace posible únicamente
cuando somos constituidos en la «esposa» que recibe la vida nueva del Espíritu.
En la verdad del «principio» está incluido, por lo tanto, el culmen del amor
esponsal de Dios en la entrega del Hijo en la cruz [La revelación de la verdad
del «principio» alcanza su plenitud definitiva “en el sacrificio que Jesucristo
hace de sí mismo en la cruz por su Esposa la Iglesia. En este sacrificio se
desvela enteramente el designio que Dios ha impreso en la humanidad del hombre
y de la mujer desde su creación; el matrimonio de los bautizados se convierte
así en el símbolo real de la nueva y eterna Alianza sancionada con la sangre de
Cristo”: Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 13].
La elección
eterna para ser hijos de Dios siendo «esposa» de Cristo constituye el camino
que debe recorrer todo matrimonio para alcanzar la plenitud de la vocación a la
que ha sido llamado. Por lo tanto, la perspectiva desde la que debe partir y
ejercer su trabajo el COF “es una antropología coherente con la visión
cristiana de la persona, de la pareja y de la sexualidad” [Juan Pablo II, Carta
Encíclica Evangelium vitae, 88] que sirve a las familias en dos cuestiones
fundamentales:
·
Ayudar para que las personas que acuden al COF
recuperen la memoria del origen volviendo su mirada al amor del Padre
restaurando su dignidad de hijos [Cf. L. Melina, Por una cultura de la familia.
El lenguaje del amor (Valencia, Edicep, 2009) 21-24, donde el autor muestra el
paralelismo entre la crisis de la fidelidad y la crisis de la paternidad que se
vive en la familia con la crisis de fe, esperanza y caridad que comienza al
perder la memoria de su origen en la filiación divina].
·
Mirar el fin al que apunta su vocación:
manifestar en la comunión familiar la alianza esponsal de Cristo porque su
misterio de amor ha sido modelado a imagen del gran misterio que es Cristo y la
Iglesia [No existe el «gran misterio», que es la Iglesia y la humanidad en
Cristo, sin el «gran misterio» expresado en el ser «una sola carne» (cf. Gn 2,
24; Ef 5, 31-32), es decir, en la realidad del matrimonio y de la familia”: Juan
Pablo II, Carta a las familias Gratissimam sane (2 de febrero de 1994) 19].
Los COF, por lo
tanto, no se ponen al servicio de un “ideal reducido” dentro de una
“perspectiva angosta” [Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el II
Congreso nacional italiano de la Confederación de los Consultorios familiares
de inspiración cristiana (29 de noviembre de 1980)] del matrimonio y la
familia. Por supuesto que deben ayudar a construir la familia como lugar
originario en el que se vive la vocación innata a todo ser humano, la vocación
al amor [Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 11],
estableciendo una comunión de personas abierta a la vida [Cf. LXXXVI Asamblea
Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Directorio de Pastoral Familiar
(21 de noviembre de 2003) 30-31. DPF]. Sin embargo, el COF no puede omitir la
segunda parte del camino que deben recorrer los cónyuges cristianos: “el
matrimonio corresponde a la vocación de los cristianos sólo cuando refleja el
amor que Cristo-Esposo dona a la Iglesia, y que la Iglesia (…) intenta devolver
a Cristo” [Juan Pablo II, Hombre y mujer lo creó (cat. 90, n. 2) 489].
Esta plenitud
supera cualquier energía humana y únicamente se pude alcanzar recibiendo el don
del Espíritu Santo que, mediante la caridad esponsal, introduce un nuevo
dinamismo interior que hace posible alcanzar el fin al que está orientado
cualquier amor esponsal humano: el amor a imagen de Cristo Esposo [“El Espíritu
que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces
de amarse como Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la
plenitud a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal”: Juan Pablo
II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 13].
2.2 La gracia que sana el corazón
“Por la dureza
de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres” (Mt 19,8).
El trabajo que realizan los COF no se puede realizar sin tener en cuenta el estado
histórico actual en el que se encuentra la persona humana. Tras el pecado
original, el hombre entra en la lógica del dominio y pierde la lógica del don
propia del amor verdadero [“La comunión entre las personas se experimenta como
algo frágil, sometido a las tentaciones de la concupiscencia y del dominio”:
DPF 32.]. El corazón pierde parte de la luz y la persona experimenta la dificultad
para comprender, no solo el lenguaje esponsal del cuerpo, sino la
indisolubilidad de su amor conyugal y la plenitud a la que está llamado [Cf. Juan Pablo II, Hombre y mujer lo creó (cat.
26) 183-187; (cat. 99) 534-537].
La Constitución
pastoral Gaudium et spes nos recuerda que entre los efectos propios de la
gracia sacramental del matrimonio no sólo está, como ya hemos apuntado, la
virtud de perfeccionar el amor esponsal mediante el don de la caridad conyugal,
sino también la capacidad de sanarlo de la herida del pecado [“El Señor se ha
dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la
gracia y la caridad”: Constitución pastoral Gaudium et spes, 49]. De esta
manera, es Jesucristo quién revela la verdad original del matrimonio, la verdad
del «principio» y, liberando al hombre de la dureza del corazón, lo hace capaz
de realizarla plenamente” [Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris
consortio, 13]. Y lo hace mediante el don de “un espíritu nuevo” para tener un
“corazón nuevo” (cf. Ez 36, 24-28).
Sin embargo,
existe un propium en el matrimonio cristiano que no está al margen del amor
humano conyugal. Al contrario, la elección en Cristo de la familia cristiana
constituye el principio y el culmen, el fin al que tiende el verdadero amor
conyugar, filial o fraterno.
Desde la unidad
entre el matrimonio y el don esponsal de Cristo a la Iglesia, entre amor
conyugal y caridad esponsal, podemos comprender como la fe incide directamente
en la vida matrimonial y familiar hasta el punto que la solución plena a los problemas
familiares no se puede dar al margen de esta verdad que tiene un fundamento
teológico y espiritual. Es el amor redimido de Cristo la fuente de las
respuestas a los problemas y esperanzas de las familias [Cf. B. Vendrell, «Los
COF: Un servicio eclesial. Identidad y misión», 21-24, donde la autora señala
la pérdida de la caridad esponsal como una de las causas que inciden en las rupturas
de las uniones conyugales].
A partir de las
premisas anteriores podemos comprender el criterio más nuclear que ha de
presidir el trabajo de cualquier COF católico según viene expuesto en la Carta
a las Familias de Juan Pablo II. Al plantear los momentos de crisis profunda
por los que puede atravesar el amor humano, el Papa aconseja acudir a los
consultorios matrimoniales y familiares para recibir la ayuda de profesionales
especializados pero teniendo en cuenta la clave fundamental:
“El matrimonio
sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado
y custodiado solamente por el amor, aquel amor que es «derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5) (…). Esta
«fuerza del hombre interior» es necesaria en la vida familiar, especialmente en
sus momentos críticos, es decir, cuando el amor (…) está llamado a superar una
difícil prueba” [Juan Pablo II, Carta a las familias Gratissimam sane (2 de
febrero de 1994) 7].
2.3 Los COF testigos de esperanza
“Hemos conocido
el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn, 4,16). Este testimonio
cargado de esperanza del apóstol Juan contrasta con la experiencia de muchas
personas que acuden a los COF y que han dejado de creer en el amor o han
perdido la esperanza en poder continuarlo en el tiempo. El amor deja de ser la verdad
que construye sus vidas.
Por esta razón,
los COF deben ser el hogar de la esperanza para las personas que experimentan
problemas familiares. Con palabras de Juan Pablo II, deben partir siempre del
“anuncio gozoso del amor humano redimido. Cristo ha «liberado» al hombre y a la
mujer para que puedan amarse en verdad y plenitud” [Juan Pablo II, Discurso a
los participantes].
“La acción
pastoral de un Centro Diocesano de Orientación Familiar debe fundamentarse en
la teología de la redención del hombre alcanzada a través de la misericordia y
de las gracias que se derraman del Corazón de Jesús, muerto y resucitado” [B.
Vendrell, «Los COF: Un servicio eclesial. Identidad y misión»].
Ese anuncio de
esperanza debe presidir el trabajo de todo orientador familiar cristiano que se
sitúa no ante el hombre dominado por la debilidad del pecado, sino ante el
hombre redimido por Cristo que nos da “la posibilidad de realizar toda la
verdad de nuestro ser” [“Sólo en el misterio de la Redención de Cristo están
las posibilidades «concretas» del hombre (...). Pero ¿cuáles son las
«posibilidades concretas del hombre»? ¿Y de qué hombre se habla? ¿Del hombre
dominado por la concupiscencia, o del redimido por Cristo? Porque se trata de
esto: de la realidad de la redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto
significa que Él nos ha dado la posibilidad de realizar toda la verdad de
nuestro ser”: Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis splendor, 103. Cf. DPF 32]. Se trata del
hombre fortalecido en su interior por el Espíritu que le sana, le abre la
capacidad de la donación verdadera y le concede la esperanza que le salva. [Cf.
DPF, 20]
La presencia del Esposo en el hogar que les concede
participar de su amor esponsal abriendo el manantial de vida eterna que procede
del don del Espíritu, “es la raíz de la esperanza que brilla en la familia
cristiana. Es la fuente que permite responder con entrega siempre nueva a las
dificultades y pruebas propias de la vida familiar y conyugal” [DPF 152].
2.4 El COF, hogar del buen samaritano
“(Jesucristo)
nos invita a hacer nuestro el estilo del buen samaritano (…) ¿Y cuál es ese
estilo? «Es un ‘corazón que ve’. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa
en consecuencia”, (Enc. Deus caritas est, 31). Así hizo el buen samaritano.
Jesús, no se limita a exhortar; como enseñan los Santos Padres, Él mismo es el
buen samaritano, que se acerca a todo hombre y «cura sus heridas con el aceite
del consuelo y el vino de la esperanza» (Prefacio común, VIII), y lo lleva a la
posada, que es la Iglesia, dónde hace que lo cuiden. «Anda, haz tú lo mismo».
El amor incondicional de Jesús que nos ha curado, deberá ahora, si queremos
vivir con un corazón de buen samaritano, transformarse en un amor ofrecido
gratuita y generosamente, mediante la justicia y la caridad” [Benedicto XVI,
Discurso a las organizaciones de la Pastoral Social en la Iglesia de la Stma.
Trinidad en Fátima (13-5-2010). En torno a estas palabras de Benedicto XVI se
estructuró el Congreso Internacional organizado por el Pontificio Instituto
Juan Pablo II y los Caballeros de Colón para dar respuesta pastoral a quienes
han sufrido el trauma del divorcio o de la comisión de un aborto voluntario.
Cf. L. Melina-C.A. Anderson (eds.), Aceite en las heridas. Análisis y
respuestas a los dramas del aborto y del divorcio (Madrid, Palabra, 2010).].
El estilo del
buen samaritano que proponía Benedicto XVI en Fátima a todas las personas que
en la Iglesia sirven a los más pobres y sufrientes ha de ser, sin duda, el
estilo de los COF que se enfrentan a las nuevas pobrezas derivadas de los
problemas familiares y que son más radicales que las pobrezas materiales ya que
inciden en lo más profundo del ser humano: su propia vocación al amor.
- En primer lugar, acercar a cada persona a Cristo buen samaritano que cura las heridas [Él es el verdadero buen Samaritano, que se ha hecho nuestro prójimo, que derrama aceite y vino sobre nuestras heridas y nos conduce a la posada, la Iglesia, en la que hace que nos curen, encomendándonos a sus ministros y pagando personalmente, por adelantado, nuestra curación. Sí, el evangelio del amor y de la vida es también siempre evangelio de la misericordia, que se dirige al hombre concreto y pecador —que somos nosotros— para levantarlo de cualquier caída, para curarlo de cualquier herida”: Benedicto XVI, Discurso a los participantes al Congreso organizado por el Instituto Pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia (5 de abril de 2008).]. Se trata de abrir la posibilidad de la sanación interior por medio de la gracia del Espíritu tal y como hemos señalado anteriormente.
- En segundo lugar, cada persona que trabaja en el COF debe adoptar el estilo del buen samaritano mostrando el segundo nombre del amor que es la misericordia [Cf. Juan Pablo II, Homilía en la capilla papal para la canonización de la beata María Faustina Kowalska (30 de abril de 2000)30]. Se requiere para ello tener «entrañas de madre» [Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in misericordia, 4, nota 52], es decir, un corazón que ve y que sabe mostrar el amor de Dios. Se trata, en definitiva, de que en los COF se viva la acogida propia de un hogar mostrando el rostro materno de la Iglesia [Este «estilo del buen samaritano» se extiende en diversas virtudes que han de estar presentes en los miembros del COF: respeto y confianza en la persona, valoración y consideración positiva, empatía y aceptación incondicionada, descritas en F. Tonini Zaccarini, Los Centros de Orientación Familiar, 140-142].
2.5 Identidad católica y misión evangelizadora del
COF
“El
vuestro es un compromiso que bien merece la calificación de misión” [Juan Pablo II, Discurso
a los participantes, citado en Id.,
Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 75.
Cf. C. Escribano, El trabajo del COF al servicio de la familia, ponencia presentada en el Congreso celebrado en Zaragoza
con motivo de la inauguración del COF Juan Pablo II (10-12 de diciembre de 2010)]. Con
estas palabras dirigidas a la
Confederación de Consultorios familiares de inspiración cristiana definía Juan
Pablo II el trabajo de los COF: se trata de una específica y verdadera misión
evangelizadora.
En los
apartados anteriores hemos planteado de qué manera el COF ayuda a los
matrimonios y a las familias a recorrer un camino cuyo fin es manifestar en la
Iglesia y en el mundo el «gran misterio» de la donación esponsal de Cristo a la
Iglesia. En el recorrido histórico hacia esa plenitud, la familia experimenta
diversos problemas que en ciertos momentos pueden configurar auténticas crisis.
También hemos expuesto la necesidad de fortalecer «el hombre interior» para
recuperar la vocación. Y este perfeccionamiento y sanación requieren de la
presencia de Cristo en la familia y el don del Espíritu Santo que cura y
transfigura el amor en el hogar y cura las heridas que dañan la comunión.
Desde
estas premisas se comprende como el trabajo que realizan los COF va más allá de
un servicio especializado de ayuda a la familia. La perspectiva adecuada desde
la que se puede considerar su identidad y trabajo es la de la misión propia de
la Iglesia en cuanto mediación sacramental de Cristo Buen Pastor que ha venido
“para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). El fin que constituye
la identidad del COF se sitúa en el “primer y fundamental” servicio que la
Iglesia presta a los esposos cristianos: ayudarles a redescubrir el carácter
sacramental de su unión conyugal, el don del Espíritu que han recibido para
poder vivir, de esta manera, una auténtica «espiritualidad» matrimonial y
familiar que se alimenta constantemente del manantial de vida que es el don del
Espíritu que han recibido [Cf.
DPF 151-155. La «espiritualidad» familiar, lejos de ser una huida de los
problemas familiares, es “una vida concreta conducida por el Espíritu” que
conduce a redescubrir la identidad filial en el amor primero de Dios y a reavivar
la participación en el amor esponsal de Cristo recibida en el sacramento del
matrimonio mediante una nueva efusión del Espíritu. “He aquí el manantial de
donde pueden saciarse y retomar las fuerzas en vista de un amor que se
convierte así en misericordia”: Melina, Por una cultura de la familia, 44]. Es por ello por lo que el trabajo de los
COF va más allá de una acción preventiva y terapéutica que busca consolidar una
familia estructurada y sana para servir al objetivo de una familia santa [Cf.
L. Vives-R. Acosta-E. Aranda, La pastoral familiar en la
parroquia (EDICE, Madrid, 2008) 53-54]. Esta es la
razón por la que, de modo simultáneo o al finalizar el trabajo específico de
los COF, el Directorio plantea la necesidad de ayudar a los miembros de la
familia a renovar su vida cristiana con un adecuado catecumenado que cultive
todas las dimensiones de la fe [Cf. DPF, 211. La necesidad de un itinerario de
renovación de la fe para la familia es planteada por la Familiaris
consortio respecto de la preparación próxima e
inmediata del matrimonio que debe aportar una catequesis y un “camino de fe,
análogo al catecumenado”: Juan Pablo II, Exhortación ApostólicaFamiliaris
consortio, 66. Nos situamos, por lo tanto, en una
perspectiva amplia de renovación en la fe solicitada por el Concilio Vaticano
II cuando pedía que se restaurase en la Iglesia el catecumenado de adultos. Cf.
Constitución Sacrosanctum concilium, 64.]. Y en esta renovación catecumenal hay
que subrayar la necesidad de que los COF orienten a las familias hacia la
fuente que alimenta al «hombre interior»:
En primer
lugar, la Eucaristía donde los esposos participan del amor esponsal de Cristo y
se refuerza la comunión familiar y la misma indisolubilidad del matrimonio ya
que “el vínculo conyugal se encuentra intrínsecamente ligado a la unidad
eucarística entre Cristo y la Iglesia esposa” [Cf.
Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis 27.
Cf. Ibíd. 28-29].
En segundo lugar, el sacramento de la
reconciliación donde la familia participa del Amor misericordioso de Dios
capacitándose para perdonar las ofensas que dañan la comunión [Cf. DPF 60-61].
En tercer
lugar, en necesario invitar a los esposos heridos a descubrir la comunidad
eclesial como «hábitat» donde se puede vivir la vocación a la que han sido
llamados. Ante la dificultad de emprender el camino en solitario, la Iglesia se
manifiesta como una comunión de vida
entre hermanos donde los esposos pueden crecer en la fe y recibir el testimonio
del amor fiel de Dios capaz de superar todas las dificultades [Comienza así un proceso de vida compartida, de
experiencias comunes, de crecimiento en fraternidad con las demás familias de
la parroquia que, caminando juntas, buscan la plenitud de su vida en Cristo. Es
lo que podemos llamar «acompañamiento». Este tiene como fin que las familias se
ayuden en su vida, para así responder a su vocación”: L. Vives-R. Acosta-E.
Aranda, La pastoral familiar, 27.].
En esta
misma línea evangelizadora, el Directorio prevé especialistas, no sólo para las
áreas más científicas, sino también para la espiritualidad propia del
matrimonio y la familia. También, se pide a los profesionales y colaboradores
de los COF, además de la correspondiente competencia profesional, una adecuada
formación espiritual y moral [Cf. DPF, 209].
A la luz
de las indicaciones precedentes, se hace evidente la conveniencia de la
presencia de presbíteros designados por el Obispo que puedan prestar el
servicio espiritual y sacramental necesario para que los COF realicen ese fin
fundamental al que nos hemos referido.
Para
terminar este apartado conviene apuntar la necesidad de una estrecha comunión
con el Obispo y el Magisterio de la Iglesia para poder llevar a cabo la misión
evangelizadora a la que nos hemos referido y que constituye un claro requisito
de su identidad católica:
“Para
poder denominarse católico debe inspirarse y ejercer su actividad desde la
antropología cristiana y la fidelidad al Magisterio y ser reconocido así por el
Obispo de la diócesis” [DPF, 276].
El
servicio que realizan es profundamente eclesial y se inserta en la misión
propia de la Iglesia. Por ello no sólo se requiere el reconocimiento del
Pastor, sino un claro respeto a la verdad moral: “el llamamiento a la norma
ética (…) es conditio sine qua non del servicio eclesial al que están llamados
los consultorios” [Juan Pablo II, Discurso
a los participantes].
Para ello
es fundamental que las normas morales se enseñen y ayuden a vivir en
conformidad con la enseñanza del Magisterio [“El Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia
cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer,
desarrollándolas a partir del acto originario de la fe. La Iglesia se pone sólo
y siempre al servicio de la conciencia (…) para que no se desvíe de la verdad
sobre el bien del hombre, sino que alcance con seguridad, especialmente en las
cuestiones más difíciles, la verdad y se mantenga en ella”: Juan Pablo II,
Carta Encíclica Veritatis splendor, 103.],
acompañando a la persona en su camino histórico de crecimiento moral.